El ecualizador social

Hace 1 000 años, para ser "alguien" en la vida había que tener un título nobiliario conferido por la realeza en recompensa por actos de engrandecimiento del feudo real; generalmente se ganaba con victorias o conquistas militares que permitieran a los señores feudales recaudar más impuestos y éstos, a su vez, servían para construir fortalezas, pagar mercenarios (para que los nobles no arriesgaran más su propio pellejo) y llevar, así, una vida cómoda basada en el trabajo ajeno.

La fórmula era muy simple: -Yo soy noble, soy el dueño de la tierra que pisas, te la presto para que la trabajes y mantengas a tu familia, pero me tienes que pagar un impuesto para que yo viva, para pagar mis propios impuestos al de arriba y para pagar a los soldados que nos van a proteger a todos-. Nótese el enorme parecido de este sistema con el sistema actual, excepto que ahora de en vez de duques y marqueses, tenemos diputados y senadores. El principio es el mismo: tu trabajas, tu pagas, yo no hago nada, más que hablar y simular que hago, y todos vivimos felices.

Los nobles heredaban sus títulos a sus hijos y los feudos se iban engrandeciendo por conquista militar, por conquista matrimonial o por compra directa. Los feudos se hicieron condados, los condados se hicieron reinados y los reinados se hicieron distritos electorales.

Hace 200 años, más o menos, según los países, la nobleza dejó de ser la clase gobernante, mas no se puso a trabajar. Poco a poco, hasta hace unos 100 ó 50 años, dejó de ser "cool" que lo nombraran a uno "el barón de Coupertain" o "el duque de tal por cual" (Lo cual no impidió bautizar a nuestros próceres como "El Barón de Cuatro Ciénagas" o "El Rey del Ajo"), pero había que distinguirse de alguna manera de los pelagatos, del lumpenproletariat y de los peladitos, pero ¿cómo?

La solución fue la educación superior. Hace 50 años, para ser reconocido como "alguien", había que anteponer al nombre de una persona su título universitario, y sólo había de tres sopas reconocidas por conferir neo-nobleza de primera línea: Licenciado, Doctor o Ingeniero. (nótese que dejo a un lado a los ministros, sacerdotes y otros prelados con encomienda divina, para no meterme en líos)

Las carreras centrales fueron evolucionando en diferentes especialidades. Los abogados se dividieron en penalistas, fiscales, civiles, y muchas otras sub-especialidades. Aparecieron las licenciaturas en economía, en administración, en psicología; la ingeniería se fragmentó en civil, mecánica, eléctrica, química, informática, industrial, etc. Los doctorados que antes eran en medicina y en otras disciplinas más herméticas, crecieron hasta haber doctorados en administración del tiempo libre.

El punto es que, ante la desaparición de la nobleza de origen divino y hereditaria, se formó una nueva corteza social de profesionistas por debajo de la nobleza política (la de origen popular). A partir de los cincuentas la posición social requería como condición sine qua non el prefijo indicador de haber dormido en las aulas universitarias o, al menos, de haber comido en las torterías de enfrente a la universidad.

Pero los años pasan, la población crece, las necesidades de la industria y la sociedad aumentan y, poco a poco, el tener un título de la universidad colgado en la pared de la sala-comedor, ya no es garantía de obtener un puesto, un trabajo o, de perdida, una chambita.

La promesa de "educación gratuita para todos" sólo dio por resultado la proliferación de universidades de medio pelo. El efecto es que muchos tenemos pergaminos colgados de la pared, pero los títulos ya no son garantía de quién es apto para desempeñar una tarea compleja, y quién no. Hemos sido ecualizados; ahora todo mundo es licenciado en algo; cualquiera calienta un rato las bancas y obtiene una ingeniería en diseño ergonómico y bordado de cojines.

Segundo acto: para romper la nata de la igualdad educativa surgen las especialidades, las maestrías, los doctorados y los postdoctorados. (Todavía no llegan los Fellowships, pero no tardan). Como todo mundo tiene pergaminos neo nobiliarios, la única manera de distinguir a una especie de otra es con un segundo o tercer pergamino, y esto también está llegando a saturarse, tan es así, que las familias con hijos verdaderamente estudiosos están teniendo que enviar a los herederos a estudiar al extranjero, con resultados desastrosos para el ego y la economía del padre (yo estudié en la UNAM, ¿por qué mis hijos tienen que ir a Cornell para estudiar una ingeniería fuerte, actual y con visión futurista?).

El desastre se produce, por un lado, porque otra vez todo mundo está exhibiendo un segundo nivel de educación superior para competir en el mercado laboral, y por el otro, porque quienes logran entrar en las universidades de alto nivel académico, se encuentran con que no es lo mismo "pasar" que "saber", o si deciden entrar en las instituciones de segunda línea en el extranjero, resulta que son la misma gata que las de acá, sólo que más caras.

Para esta comedia de la educación ecualizadora no hay más remedio que allanarse a la ley de Darwin: la de la supervivencia del más apto. Ya no importan los títulos, sino la aptitud y el desempeño real, en otras palabras: el joven tiene que saber hacer, tiene que ser competente en lo que hace porque la empresa puede contratar cualquier otro mediocre por menos sueldo.

Lo que tenemos que lograr es que nuestros alumnos se den cuenta de la realidad que se avecina, en la vida profesional no se pueden ir de pinta, al menos no sin consecuencias graves; no le pueden copiar la tarea al de junto, y los problemas diarios no están resueltos en mitarea.com; ¡vamos! Google encuentra información, pero no nos dice cómo usarla: hay que saber hacer.

En resumen, saber cuesta, pero no saber cuesta más.