EL SECRETO DE LA AUTO-AYUDA

A petición popular el tema de esta semana es... los libros de auto ayuda.

Ya en una gacetilla anterior había sido mencionado que las aspiraciones son cuesta arriba, que no hay recetas mágicas ni para ponerle reversa a la calvicie, ni para triunfar en la vida; aún así, no falta quien nos recomiende alguna fórmula secreta de los mayas extraterrestres para triunfar sin esfuerzo.

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Los azotes de la humanidad
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Uno de los peores azotes de la humanidad es la proliferación de la pseudociencia; por ejemplo, en el siglo XIX fue la frenología, una hipótesis que predicaba que era posible determinar el carácter y los rasgos de la personalidad de una persona, así como las tendencias criminales, basándose en la forma de la cabeza del sujeto. De esta manera, quien tuviera un chipote en tal o cual parte del cráneo, estaba predestinado a robarle al cambio del mandado a su propia madre.

La charlatanería ha existido desde que Eva le vendió una manzana usada a Adán, y siempre ha habido algún ingenuo que la crea porque la gente prefiere creer una mentira popular, que una verdad impopular. En una gacetilla próxima trataré de contestar al por qué es así la credibilidad.

Hoy en día, encontramos en las librerías y bibliotecas de prestigio, o sea junto a la caja de cualquier vipes, cualquier cantidad de libros de auto ayuda que ofrecen toda clase de fórmulas para explicar el éxito en la vida, los negocios y el amor; y lo peor de todo es que, o son una tomadura de pelo como "sintonice sus chakras con los cristales de la chinada" o son el huevo de Colón (Google: el huevo de colon).

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Los imanes invencibles
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Una de esas joyas se llama El Secreto; un librito tamaño novela, con poquitas páginas , que les aligera de un par de cientos de pesos y cuya hipótesis de trabajo es que hay una ley más fuerte que la de gravitación universal: "Los pensamientos positivos son imanes invencibles que atraen la riqueza, la salud y la felicidad"

Por otro lado, los pensamientos negativos son causa de enfermedades incurables, de la pobreza y de hasta desastres a escala nacional. El libro no dice nada de que se pueda atraer los conocimientos necesarios para solucionar problemas de cálculo avanzado simplemente pensando positivamente en las ecuaciones diferenciales; esto parece ser un tema no incluído en la filosofía New Age.

Mis queridos maizoros, no se dejen engañar, no permitan que sus discípulos se vean inscritos en la lista de los ingenuos: no hay soluciones esotéricas, ni mágicas, ni fáciles para lograr salud, dinero y amor; hay que trabajar para lograrlos.

Si bien es cierto que hay misterios científicos que aún no podemos desentrañar, como la teoría unificada del campo universal (todo mundo sabe que es la que trata de unir en un solo conjunto de ecuaciones la mecánica cuántica, la teoría general y la especial de la relatividad), esto no quiere decir que sea magia lo que mantiene unidas las moléculas de la silla donde estoy sentado; simplemente significa que yo no se por qué se mantienen unidas.

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El acto inseguro y la condición insegura
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Lo que el pensamiento positivo o negativo hacen es cambiar la confianza en nuestros propios actos; mientras más competentes somos para realizar un acto, mejor actuamos, nos va bien, ganamos lana, nos sobra tiempo,conquistamos amistades y estamos saludables. Mientras más incompetentes somos, más inseguramente actuamos y esto provoca fallas, regaños, amenazas, castigos, soledad, úlceras y calvicie; no es que por el solo hecho de pensar negativamente vayamos a "invocar" la mala vibra, es que somos incompetentes, dudamos... y fallamos.

Pero de ahí a que, nada más pensando con mucha vibra positiva, voy a ganar más lana... falta un buen trecho.

La condición insegura es el conjunto de riesgos externos que rodean a nuestros actos: un piso resbaloso, un pasillo oscuro, una ventana rota y, en general, todo aquello que está fuera de nuestro control, pero que de todas maneras somos responsables de observarlo y de tomarlo en cuenta antes de actuar; por ejemplo, si el piso está mojado, hay que secarlo o caminar con cuidado. Y por más que invoquemos al sol en nuestra mente, el piso seguirá mojado.

A veces me siento y pienso, y a veces nada más me siento.

El Mai.



El cambio

El Guru del tema del cambio es un tal Alvin Toffler; el cuate se ha embolsado buena lana con tres libros, muchas conferencias y consultorías al respecto; sus libros son "El shock del futuro", "La tercera ola" y uno que no he visto en cristiano: "Powershift". Tiene otros pero todos son refritos de los mismo:

El Cambio.

En el primero describió cómo el cambio afectó a las organizaciones y predicaba que para sobrevivir, éstas tenían que provocarlo o adaptarse al cambio; las que no lo hicieran, serían rebasadas y destruidas por el proceso evolutivo (eso dijo Alvin en 1965 y en 1970, en la segunda edición).

El segundo libro describe cómo el cambio ha llevado a las organizaciones a terrenos que muchas ni se imaginaban, y relata los tres grandes cambios llamádolos "olas": la revolución agrícola, la revolución industrial y, actualmente, la revolución de la información, disparada por la computadora. Decía que las economías avanzadas no podrían sobrevivir 30 segundos sin las computadoras. Su visión más famosa era la de una oficina sin papel; ¡si supiera que apenas 30 años después de haberse fumando esa palmera, se consume más papel que la tendencia de cuando lo predijo!.

En el tercer libro nos habla acerca de quién controla los grandes cambios de la actualidad y las luchas de poder internas y externas que se dan para mantener el control de la bicicleta global. según él, es como si varios elefantes subidos en una bicicleta, cuesta abajo y rumbo a un precipicio, lucharan por el manubrio. (la metáfora es mía, no de Alvin)

Si bien es cierto que el ciudadano Chuchito Pingámiz, o sea tú y yo, tenemos poco control sobre los grandes cambios globales, también es cierto que nos valen una pura y dos con sal, me explico:

Si el precio de la gasolina sube gracias a una combinación de factores globales como la guerra en Irak, la debilidad del dólar, la demanda de combustibles en China y la India, o los pleitos en la sede del sindicato de PEMEX, el micro ciudadano no puede hacer nada más que pagarlo y empezar a comer galletas de animalitos.

Mi punto es que no debemos dejarnos arrastrar por el pesimismo de "El Cambio", con mayúsculas, porque no podemos hacer nada más que adaptarnos. Si estamos en la revolución tecnológica, pues tenemos aprender a usar todos los aparatitos y todas las teclas y todos los chunches que existen, so pena de vernos rebasados por nuestros pupilos.

Lo que sí podemos hacer es provocar el cambio, con minúsculas, es decir, debemos actuar a nivel sub atómico en cada núcleo, de cada átomo, de cada célula de nuestro ser para mejorar el micro cosmos que nos rodea. Tal vez no podamos alterar el precio de los frijoles disminuyendo nuestro consumo, pero sí podemos mejorar nuestra esfera de influencia dejando una huella de conocimientos sólidos, de optimismo, y de confianza en el futuro de nuestros discípulos.

Como decía Lawrence de Arabia cuando escuchaba el fatal: "Todo lo que va a pasar está escrito"; --¡La manga del muerto; el único futuro que está escrito es el que yo escribo hoy! Bueno, más o menos así lo habrá dicho, pero en Inglés.

Y sus actos cambiaron el mundo de hoy. Vean la película y lean su libro: Seven Pillars of Wisdom.

LAS ASPIRACIONES SON CUESTA ARRIBA

En todas las ciudades, desde temprano, se puede ver hordas de gente que, con grandes penas y sacrificios, va su trabajo. Al llegar, es raro ver que alguien no esté batallando duro. Tal parece que sólo los jefes-jefes-de-los-jefes tienen tiempo para el café, los chistes durante las juntas y las comidas de cuatro horas con tres tragos fuertes o seis de moderación.


Las condiciones de trabajo son duras, las horas son muchas y las labores son pesadas. En el taller de costura, el polvo y la temperatura son agobiantes, pero a peso la pieza, hay que tupirle duro para poner frijoles en la mesa. En la construcción, en el taller, en la oficina, en el laboratorio, en el aula… todo es lo mismo.


Por la noche las avenidas son ríos de gente que, con cara de cansancio, regresan a su casa. El transporte colectivo: a reventar; algunos leen, casi todos duermen con los ojos abiertos. ¡Y que no llueva!, porque el vía crucis se alarga una o dos horas más.


Somos un pueblo trabajador; no conozco a nadie que no ande en friega todo el día para salir adelante. Quien no tiene dos trabajos, tiene tres; mi amiga, la abogada del diablo, litiga en dos despachos, enseña en tres escuelas, come en el periférico y duerme en el coche en lo que dura un cambio de semáforo.


Y quien no lo crea, nada más observe cómo trabajan nuestros emigrados en EEUU y Canadá y cuánto se exigen para salir adelante. Créanme, los mejores trabajadores, profesionistas y líderes se dan acá, pero florecen y dan frutos allá.


Quien no pudo ir a la escuela cuando era niño, se desvive por mandar a sus hijos cuando menos hasta la Secundaria; quien sí fue, pero no lo supo aprovechar, se los exige con amenazas sobre oídos sordos: “prepárate, hijo; no le hagas como yo”. Quienes pueden, mandan a sus hijos a una escuela particular, y los mejor preparados lograr entrar a las escuelas superiores del Estado; los demás tendrán que seguir estudiando a costillas del presupuesto familiar.


Somos clases sociales trepadoras; si estamos en C, queremos parecer B; si somos B+ queremos ser B++ o hasta A si nos fue bien en los negocios. ¿Quién no quiere que a sus hijos les vaya bien o, al menos, mejor que a uno? Pero las aspiraciones son cuesta arriba; por más que los padres hablen, griten y se maten en la batalla diaria, es el joven quien finalmente es responsable de su propio aprendizaje y, por lo tanto, de su futuro.


Los padres construimos el trampolín, pero el salto lo tienen que dar ellos y, aunque la mayoría sí lo aprovecha, no todos logramos que los hijos alcancen mayores alturas que las que alcanzamos nosotros.


Hay unos cuantos jóvenes que se resbalan en la escalera y abandonan los estudios, otros llegan al trampolín, pero no quieren hacer el esfuerzo de dar el brinco y desaprovechan su propio potencial; a los desorientados se les antoja que es más importante ir a la escuela bien vestidos que ir bien preparados. Su habilidad para escribir sobre el teclado de un celular desaparece cuando hay que escribir creativamente sobre el papel o frente a la computadora. Es más fácil ir al antro, andar con el (la) novio(a) o los cuates, que ponerse a estudiar porque… ¡exacto! Las aspiraciones son cuesta arriba o, mejor dicho, las aspiraciones son gratuitas, lo que cuesta es trabajar para lograrlas.


Aunque la mayoría sabe aprovechar sus oportunidades, hay unos cuantos que no. Éstos son quienes necesitan de las buenas artes de un Mai de vocación; ellos son quienes deben ser convencidos de que, cuando termina esa etapa de la vida llamada “de estudios”, resulta que los buenos empleos son escasos y que misteriosamente los ganan quienes salen mejor preparados.


¿Qué se puede hacer?


El Mai puede despertarles conciencia de la realidad, hacer encuestas entre ellos para inducirlos a responder a las preguntas:


¿Cómo me veo profesionalmente dentro de 10 años?

-- Se sorprenderán de las respuestas.

¿Qué voy a hacer para lograrlo?

-- Se querrán hacer el Hara Kiri pero, Mai, hay que seguir predicando.


Otro apoyo es llevarles al aula a personas muy cercanas a su edad, exalumnos de su misma escuela –si fuera posible- que ya hayan probado las mieles del éxito basado en el trabajo o la amargura del fracaso derivado de la holganza, la tragedia o la mala suerte, para que les platiquen en su mismo lenguaje las razones de su éxito, las causas de su fracaso y cómo están las cosas allá afuera. La neta, pues.


Los alumnos son los hijos de nuestra vocación docente; ¿Quién no quiere que les vaya bien?

¿Qué es la madurez?

Según Emmanuel Kant, la iluminación es salir de la inmadurez auto impuesta.

La inmadurez es la incapacidad de usar el propio entendimiento sin la ayuda de alguien. Esa inmadurez auto impuesta no se debe a la falta de conocimientos, sino a la falta de valor y de resolución para razonar sin la ayuda ajena. Quienes saben de navegación por Internet saben que este fenómeno se expresa diciendo: “me da Web” o “¡ay qué Web!”

Ese “madurar” es usar los conocimientos adquiridos por medios clásicos o encontrados en Wikipedia para crear ideas nuevas, formular planes, tomar decisiones o evaluar resultados. Es decir: lo malo no es encontrar un conocimiento en la red, sino cortarlo y pegarlo sin pensar, sin razonar y sin sacarle utilidad.

Decir que todos los conocimientos necesarios para la vida profesional están en Internet, es como decir que toda la literatura está en el diccionario. Es cierto, todas las palabras están ahí, pero hay que ordenarlas para que un pensamiento tenga sentido, como hay que ordenar lo que se encuentra en la red para que sea una idea o un argumento.

Es por eso que un desplante típico de nuestros alumnos es decir: “yo pago para que me enseñen” o bien, una excusa frecuente es la de “para qué lo aprendo, si todo está en la red”. Esto es algo muy cómodo, es una posición de inmadurez en la que el joven no quiere usar su intelecto para interiorizar la información, o sea, para aprender, y tampoco quiere usar la información externa para razonar; algunos jóvenes prefieren escuchar una conclusión y luego oponerse a ella desde la cómoda posición de la guerrilla; porque cuando somos jóvenes, lo cool es oponerse a todo, bueno, casi todo.

¿Qué podemos decir o hacer para lograr esa madurez?

Para empezar, durante la enseñanza hay que formular preguntas fundamentales (lo que se busca aprender) y de mediación (el camino hacia la primera pregunta) hasta que el sujeto alcance el estado de iluminación, es decir que descubra la verdad por sí mismo. Las preguntas se van formulando a modo de que las respuestas vayan construyendo el camino hacia lo que el Mai busca; cada una de las respuestas parciales es incontrovertible porque ha sido dada por el sujeto mismo.

Luego, el Mai sólo formula la pregunta fundamental y las preguntas de mediación se las formula el alumno.

Y la tercera etapa es que el sujeto se haga la pregunta fundamental y las de mediación.

¿Fácil? No. Este proceso hay que ejercitarlo poco a poco, repetirlo cientos, miles de veces; hasta que el estudiante decida razonar sin ayuda ajena; hasta que alcance la iluminación que describía Emmanuel Kant.

A Sócrates le costó la vida. Y tú, Mai ¿cuánto estás dispuesto a invertir?