EL PROFETA PITA GORRAS


En aquel tiempo, dijo el profeta a sus discípulos:

A lo cual, los discípulos pusieron cara de estupefacción. El profeta los calmó diciendo: "Tranquilos, sólo es una parábola" y procedió a relatar la siguiente historia.

Había un pueblo en tierras muy lejanas, cuyos habitantes vivían sin ley y sin respeto a nada: unos robaban a otros, el secuestro era tan común que al llegar a casa el padre solía decirle a la matrona: ¿cenamos o me secuestras primero?; había homicidios, fraudes, mentiras y cuanto pecado hubiera sido inventado, los habitantes de este pueblo lo practicaban con fervorosa devoción.

Pero un día llegó un profeta y al ver tanta iniquidad, supo que su misión era convertir a esa manada de bestias en seres humanos y ciudadanos respetuosos de la ley y el orden.

Así que se dirigió al centro de la plaza principal se trepó en la piedra que ahí estaba y comenzó a predicar las bondades y las virtudes de los seres humanos. Por curiosidad, más que por otra razón, los habitantes se fueron acercando para oírlo, y cuando se daban cuenta de que lo que el profeta predicaba era un cambio en su estilo de vida, se iban alejando poco a poco.

Así pasaron algunos días. El profeta llegaba a la plaza, se paraba en la piedra, comenzaba a hablar y al paso de un rato, se quedaba solo. Nadie quería vivir sobrio, nadie quería pagar sus deudas y menos quería trabajar para ganar el sustento.

Al cabo de un tiempo, aunque el profeta se desgañitara gritando en su piedra, nadie le hacía caso, de hecho, ya le habían robado las sandalias y la túnica, sin embargo, él seguía predicando, uno y otro día, semana tras semana.

Un día, llego al pueblo un viajero que nada sabía ni del pueblo, ni del profeta; al verlo hablando solo en su piedra, se acercó a escuchar lo que decía con voz temblorosa; al terminar le dijo: oye, ¿estás loco? nadie te escucha, nadie te hace caso, nadie te cree ni te sigue, ¿a quién quieres convencer con tus palabras?

A lo que el profeta respondió: "No, yo no predico para convencer a nadie, yo predico para que ellos no me convenzan a mí."

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Esto también es una parábola.
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El pueblo de sordos es nuestra cultura actual, donde admiramos a quien más tiene, sin cuestionar cómo lo obtuvo; donde quien no transa no avanza, donde nos refugiamos en nuestra casita de clase media trepadora, viendo nuestra pantallota mientras llega la cena del microondas.

El profeta eres tú; el mai que todos los días se sube a su piedra y predica cómo se calcula el discriminante de una ecuación de segundo grado, o cuáles especies integran la familia de los mamíferos, o tú, que enseñas que la ética profesional no se memoriza, sino que se vive.

El viajero es el resto del mundo que busca profesionales responsables, bien preparados y dispuestos a dar la batalla por su progreso... pero que no los encuentra ni debajo de la piedra del profeta porque, aunque los hay, no abundan.

El profeta también eres tú, el profesional que escuchaste a algún mai en el pasado, y que tomaste sus palabras con precaución para cultivarlas en un mundo adverso a las virtudes.

Si eres asistente, ayudante, directivo, orientador, mai, o dueño, y crees que lo único que nos puede salvar es la educación, levanta la bandera que tiene la efigie de un discípulo al centro y que dice en el borde: "lo único que importa es el aprendizaje de mis alumnos"

No importa que no puedas convencer a nadie; siempre habrá quien te diga que lo más importante es la matrícula, porque sin dinero, no baila el perro. Yo te digo que no se necesitan aulas, ni pizarras, ni pantallas multimedia porque ahí donde hay un mai y un discípulo, ahí está la escuela.

No te dejes convencer, no necesitas tener dos posgrados ni cuatro diplomados; lo único que necesitas es preparar tu clase, llegar a tiempo, respetar al discípulo y predicar con el ejemplo. 

La calidad de tu cátedra o de tu trabajo serán las que le den prestigio y buena fama a tu escuela o a tu empresa; da igual, esto se aplica a unas y a otras; y si otros siguen tu ejemplo, el producto se venderá solo, los clientes harán cola para recibir el privilegio de tu trabajo a precio completo, sin ofertas ni descuentos, sin becas y hasta te lo pagarán por adelantado.

¡Ah! y sigue hablando a todo pulmón, porque si no, el  lado oscuro... te va a convencer.

¡Feliz día del mai!

el mai (abajo de la piedra)