PRIMERO ES LO PRIMERO


No hay duda de que las vacunas y los antibióticos son armas muy poderosas contra las infecciones y enfermedades; tampoco hay duda de que muchas de éstas llegaron para quedarse ya que algunas aún no tienen ni cura ni vacuna, como el SIDA.

Como de algo nos tenemos que morir, el envejecimiento y muerte de los seres vivos está codificado en sus genes; cada célula lleva su propia fórmula de crecimiento, maduración, operación, decaimiento y muerte; sin embargo, también nos morimos por causas externas, desde accidentes, hasta infecciones, intoxicaciones y contaminaciones de todo tipo.

Desde que el ser humano tomó conciencia de que podía hacer algo para vencer a la muerte, ha luchado por prolongar su vida, y en diferentes épocas ha tomado diversas medidas para lograrlo.

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Hay que ser el muerto más limpio del panteón
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En ocasiones ha seguido rituales mágicos o religiosos; en otros momentos ha buscado en la naturaleza remedios y paliativos para sus dolores y en diferentes épocas ha producido reglas y costumbres preventivas que hoy llamamos higiene. En la actualidad, en algunos países, esas reglas se han vuelto leyes, costumbres y cultura.

La grandeza del imperio romano, en su momento el más grande del planeta, trajo consigo costumbres y enfermedades desconocidas en la península itálica. Se pueden citar casos históricos de viruela, carbunco, tifoidea y malaria, pero lo más importante que se puede decir de Roma, como ciudad, es que tenía el sistema de aguas y cloacas más avanzado de todo el mundo.

En el año 300, su sistema sanitario era mejor que el existente en Europa en el siglo XIX; las ruinas de Pompeya y Herculano revelan un sistema de retretes con agua corriente existentes en el año 79, al momento de la erupción del Vesuvio, y por los que se pagaba una pequeña suma. Londres tuvo su primer sistema de baños públicos en 1851 y se pagaba por el uso el equivalente el día de hoy de 5 Euros. Era un lujo caro.

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Alguien tuvo que inventar el perfume
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El primer acueducto para surtir a Roma se construyó en el año 312 A.C.; a principios de la era cristiana ya había diez acueductos que surtían baños públicos con agua corriente y balnearios que tenían hasta 3 000 salas. El consumo de agua potable, después del uso sanitario, era de 225 litros diarios por persona: el equivalente del consumo al día de hoy de Londres o Nueva York; aunque Roma tenía dos millones de habitantes en ese momento. 

Aparte de la afición a los baños, los romanos tenían otras costumbres muy sanas; por ejemplo, no enterraban a sus muertos dentro de los confines de la ciudad, sino que los cremaban o los enterraban lejos de sus puertas. Los funcionarios responsables de la higiene de los barrios se llamaban "ediles" y, a diferencia de hoy, podían perder la cabeza si en sus barrios se iniciaba alguna enfermedad, si faltaba el agua o si escaseaban los alimentos.

Los romanos eran fanáticos de la limpieza a pesar de desconocer la liga entre la falta de higiene y las enfermedades. Sabían que una gran ciudad no podía sobrevivir sin un sistema de agua potable, calles limpias y cloacas eficientes, pero desconocían el efecto que podía tener el agua proveniente de una fuente contaminada, y eso fue el principio de la caída del imperio romano.


Esta imagen es de la ciudad llamada Bath, en Inglaterra.
 
Al extenderse el imperio, llegó a tener dominio desde Escocia, hasta el Sahara, y desde el Mar Caspio y el Golfo Pérsico, hasta la costa atlántica de Portugal; por lo mismo, recibió influencia de todos los rincones del imperio. Las tropas que defendían y controlaban los remotos confines estaban expuestas a toda clase de microorganismos desconocidos en la urbe y viceversa. Todo mundo podía moverse con rapidez dentro de las áreas controladas... y también las plagas.


En el siglo I atacó la malaria proveniente de África; a final del siglo II, una legión de Romanos derrotó a los Germanos en sus propias fronteras nórdicas ayudados por la Viruela que los legionarios que la habían sobrevivido la portaban y que era desconocida en el norte de la Alemania actual. La invasiones de Atila fueron debidas probablemente a plagas y hambrunas en el centro de Asia, y alteraron irreversiblemente la configuración del mapa europeo.

En siglo III la plaga de Cipriano llegó a Cartago proveniente de Etiopía y se extendió por todo el norte de África, dejando sin granos a la península por varios años y debilitando a la población por falta de alimentos.

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El enemigo invisible
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Esta plaga pudo haber sido la fiebre tifoidea; atacó muy fuertemente durante algunos años y luego se remitió. Volvió a aparecer en Roma, que se replegaba en el norte ante los ataques de Godos y Visigodos y en España caía ante los moros. Hay pocos registros de epidemias por ser épocas de confusión, aunque se sabe de recaídas generales en el siglo IV en Roma y en Viena. Lo que sigue es una historia muy borrosa de plagas, hambrunas, invasiones y oscurantismo paralelos a la caída del imperio.

Se puede encontrar el origen de la pasión por la limpieza de los Romanos en las reglas de higiene provenientes del oriente medio (Deuteronomio 23: 11-13) que regulan claramente las acciones de sanidad e higiene.

Y aquí es donde llegamos a lo primero: la limpieza de cuerpo, del agua y de los alimentos. Aquí es donde los padres deben enseñar a sus hijos, los mais a sus discípulos y todos debemos exigir de los proveedores de servicios absoluta limpieza en todo lo que usamos e ingerimos. 

Todas las epidemias de la humanidad se diseminaron por falta de higiene; para evitarlas, el agua tiene que ser potable y debe poderse beber del grifo, la verdura debe poderse comer cruda, la carne debe de provenir de animales limpios y que no hayan sufrido innecesariamente en el momento de su muerte.

Lo primero es la limpieza, y se enseña en casa con el ejemplo. No caigamos en la auto complacencia de que la batalla contra virus y bacterias ha sido ganada. Roma se confió en siglo IV y el imperio occidental se acabó; Europa se confió en 1918 y en la recaída de la Influenza española murieron 50 millones de personas. La viruela ha diezmado la población indígena desde los esquimales, hasta los Aztecas.

Hay que votar por gobernantes que hayan cumplido con sus promesas de agua limpia, que hayan terminado sus proyectos de recuperación de aguas residuales, que hayan eliminado a la industria contaminante, que hayan impuesto reglamentos de higiene en agricultura, ganadería, pesca y procesamiento de alimentos para que, así, comer un simple taco a las puertas del metro, no sea sentencia de muerte. Eso es mejor que invertir millones de dólares en vacunas que a la siguiente mutación matarán de risa a los virus y bacterias sobrevientes del primer ataque.

el mai