EL PODER NEGATIVO DEL ELOGIO


Como en las purgas de la revolución cultural en china, en la época del comunismo recalcitrante de Mao Tze Tung (Mao Sedong) debo reconocer haber tenido el privilegio de haber asistido, durante 11 años, a una escuela de gran prestigio. Mi problema era que yo estaba fuera de la esfera social de mis condiscípulos y, para sobrevivir tuve que adoptar alguna de las características aceptables en esa micro sociedad.

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El boleto de entrada
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Para ser aceptado ayer, como hoy, había que ser rico, famoso, guapo, atlético o inteligente. Como yo no era ni rico, ni famoso, ni atlético, y mi jefa decía que yo no era feo, sino que la cara era lo que me afeaba, no me quedó más remedio que simular inteligencia.

A los nueve o diez años de edad, las castas escolares ya están bastante definidas porque el agua tiende a su mismo nivel: los hijos de oligarcas visten y hablan como tales, los hijos de famosos tienen apellidos dobles, los atléticos lo demuestran a diario, los guapos encajan perfecto en el paradigma de la publicidad y uno no decide parecer inteligente, sino que algún mai piadoso un día nos felicita, como justificando nuestra audacia al entregar una tarea escolar que nadie hizo porque no se les dio la gana, o por haber contestado correctamente una pregunta que nadie pudo siquiera entender.

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¡Ese es mi'jo!
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Anécdotas aparte, es un hecho que los padres y madres refuerzan ciertas cualidades, reales o aspiracionales, de sus hijos e hijas; generalmente tratan de compensar sus propias limitaciones o cultivar sus propias cualidades como si quisieran dotar a sus retoños de lo que consideran la llave del éxito, por medio del reforzamiento de la conducta.

El problema se presenta cuando el infante sabe que es inteligente y desprecia las demás condiciones para lograr el éxito; por ejemplo, si su postura es la de ser listo, su caligrafía suele ser desastrosa o su personalidad es muy soberbia.

Una encuesta reciente poco científica (porque la hice yo preguntando a mis amigos, vecinos, parientes y desconocidos en el Metrobus) demuestra que el 100% de los padres considera que sus hijos son muy inteligentes y que hay que reforzarles esta idea mediante repetición constante frases como "¡qué listo eres!" o "ese es mi'jo"

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La explicación del misterio de la cubeta de cangrejos
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Y aquí es donde nos conectamos con la gacetilla de la semana pasada: una gran proporción de niños bien dotados de inteligencia (los que ocupan el 10% superior en las pruebas de inteligencia) se subestiman y se adaptan a estándares inferiores de desempeño para garantizar su éxito constante y el elogio de padres, compañeros, parientes y mais. Los demás lo hacemos por imitación, para aparentar que también estamos en el decil superior.

Cuando los padres elogiamos constantemente los resultados y los esfuerzos de nuestros hijos, estamos tratando de solucionar el problema de la mediocridad, de la falta de competitividad o de la falta de orgullo por hacer las cosas bien hechas, cuando en realidad lo estamos empeorando.

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El experimento
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La psicóloga Carol Dweck de Stanford ha reunido datos de 400 alumnos de escuelas primarias en la zona de Nueva York mediante el siguiente experimento:

Se tomó un niño o niña al azar de muchos grupos de 5º grado y se les aplicó una prueba de acertijos fáciles, de tal manera que todos los pudieran resolver; al terminar, se les dio el resultado (el score) y se les dijo un comentario simple. Unos fueron elogiados por su inteligencia diciéndoles: "Eres muy listo en esto" (inteligencia), y a otros se les dijo: "Debes haber trabajado muy duro" (esfuerzo).

Luego, se les propuso a los mismo sujetos la alternativa de tomar una prueba más difícil, diciéndoles que podían aprender mucho con sólo intentarlo; la otra posibilidad era la de tomar otra prueba fácil, como la primera.

El 90% de quienes recibieron elogios por su esfuerzo optaron por la prueba más difícil, y el 90% de quienes fueron elogiados por su inteligencia optaron por la prueba fácil. Quienes se creyeron listos evadieron el reto.

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¿Qué pasó?
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"Cuando elogiamos a los huercos por su inteligencia" -dice Dweck, "lo que les estamos diciendo es que el juego consiste en parecer inteligente, sin arriesgarse al fracaso".

En la siguiente ronda de pruebas se les aplicó una mucho más difícil en la que, como era esperado, todos fracasaron; en la fase de realimentación, aquéllos elogiados por su esfuerzo supusieron que no se habían concentrado lo suficiente y ensayaron cada respuesta para verificar dónde habían fallado y muchos de ellos señalaron que ese tipo de acertijos era su favorito.

No así los elogiados por su inteligencia, ellos supusieron que sus fallas eran evidencia de que no eran tan listos, se veían nerviosos, sudorosos y parecían sentirse miserables.

En la tercera etapa, habiéndoles inducido en la anterior el sabor del fracaso, se les aplicó otra prueba con el mismo grado de dificultad que la primera; quienes habían sido elogiados por su esfuerzo salieron 30% mejor que en su primera ronda y quienes fueron elogiados por su inteligencia salieron 20% peor que en su primer intento.

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¿Por qué?
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Según Carol Dweck, el énfasis sobre el esfuerzo le da a los niños una variable que pueden controlar para alcanzar el éxito y una situación donde no hay escapatoria en caso de fracaso, mientras que "ser listo" no es algo que se pueda controlar y sí provee una buena excusa externa para explicar el fracaso: "no soy tan listo, ni modo, así me hicieron mis padres"

Este experimento se ha repetido para todas las clases socio-económicas y para todos los niveles escolares; el hallazgo pega tanto a niños como a niñas, aunque el fracaso afecta más a éstas. Se ha aplicado hasta en preescolares con el mismo resultado.

Para quienes tengan la curiosidad, chequen esta entrevista:


y para los mais, padres de familia, abuelos, futuros padres, y jóvenes autodidactas, los libros de esta autora están disponibles en su librería favorita; el más conocido en castellano es La actitud del éxito, ISBN  8488821083 que no tiene nada que ver con los libros autoayuda, ni con el de los cuarenta y siete hábitos de los panaderos exitosos; es un libro serio, denso, y muy interesante.

Yo por eso no me dejé convencer por mi jefa y sigo pensando que no soy feo, sino que me cambiaron el parque cuando era niño, y que lo bueno es que ahora se va a poner de moda ser prietito.

el mai.