EL GRINCH, SCROOGE Y OTRAS BENDICIONES


Si eres mujer, imagina que estás sumamente embarazada, que te quedan escasos tres días para dar a luz. Por órdenes del jefe de gobierno de tu delegación política tienes que ir a tu lugar de origen a votar por el candidato de moda, vives lejos y eres pobre. Ni modo, tu marido alquila un taxi desvencijado adquiriendo una deuda de dos años para pagar el viaje.

Es invierno y apenas tienes con qué cubrirte del frío que se cuela por las ventanillas rotas del carrito; cuando llegas a tu pueblo te encuentras con que todo mundo dejó para lo último sus obligaciones cívicas y aquello es una romería desordenada y delirante, la cola del empadronamiento y el voto es para varios días, y no puedes dejar de cumplir so pena de perder tu identidad, la de tu hijo y derecho a votar por el candidato de moda.

Sacas tu ficha y te dicen que regreses en tres días; con la espalda adolorida por el contrapeso y por el traqueteo del taxi, le pides a tu marido que busque alojamiento y comienza de nuevo tu peregrinar. Van de hotel en hotel, de posada en posada y de hostal en hostal; donde hay lugar no aceptan la tarjeta de crédito que ya le sale lumbre de tanto usarla, y en los demás no hay ni un rincón donde sentarse. El hambre de siempre te muerde la boca del estómago

Ya es jueves y cae la noche, la llovizna helada se vuelve nieve tiznada de hollín de las fogatas, nada que ver con las postales del vaquero Marlboro sobre el paisaje recién nevado. De pronto, tu incomodidad se vuelve una intensa punzada: llegó la hora de la hora, hay que buscar abrigo en donde sea.


Si eres hombre, imagina que eres carpintero, no ebanista de biblioteca o de cantina de político, sino de esos que hacen muebles rústicos con herramientas rupestres usando la fuerza de tus propias manos. Hace unos meses tu mujer quedó embarazada, pero eso no tuvo nada que ver contigo.

Tu compadre te dijo que no te preocuparas, que el embarazo había sido obra de un espíritu y que tenías la obligación de honrarla cuidando a su hijo como si fuera el tuyo. Lo aceptas porque la quieres mucho y sigues trabajando para acomodar una boca más dentro de unos meses.

En eso te avisan que tu esposa tiene que a empadronarse y votar en su lugar de origen, sacas la cuenta de lo que va costar el viaje y vendes hasta los agujeros de los clavos que vas a poner en el futuro; te abres paso a tarjetazo limpio y rentas una charchina para emprender el viaje. Es invierno y si tus sandalias pisan un chicle, sabes de qué sabor era; la túnica sobre tu espalda es más transparente que un velo de bailarina tubera.

El parto es inminente, pero el plazo político es perentorio; hay que cumplir so pena de perder hasta el apellido. Comienza el viaje, cada tantos kilómetros hay que bajarse a reparar el carrito: si no es la banda, es el bendix y si no, los frenos o el clutch o el GPS, pero ahí van avanzando.

Cuando llegas se te caen los calzotines, no hay forma de entrar, la masa humana es impenetrable. Mediante una corta feria obtienes una ficha para el jueves y, como puedes, sales a buscar a tu mujer que se ha quedado atrás. Minutos después comienzan a peregrinar de casa en casa en casa y de puerta en puerta buscando alojamiento por unos días, pero no hay nada... todo está reservado para la gente importante del partido.

En las afueras de la delegación, por donde están los establos, rondas por los campamentos de ambulantes y cirqueros, pero no hay suerte ni lugares para pernoctar, deja de llover y comienza a nevar, baja la temperatura, el hambre acecha y, en eso... escuchas un gemido de dolor, la hora ha llegado, hay que moverse ¡ya!

Encuentras un establo en ruinas; ha sido embargado por el jefe de gobierno para construir vivienda de interés social en beneficio de sus electores, es más una cueva que una construcción a la que ni los pastores han querido entrar. Adentro hay un burro viejo que se esconde de la carga de su dueño y un buey cansado de contar sus años.

El piso tiene un poco de paja. Se acerca la media noche, no hay ni velas para celebrar la fiesta de las luces, mucho menos para alumbrar tu miseria y tus angustias, los dolores se aceleran, sube su intensidad y, de pronto... en medio de lágrimas, gritos y sangre... tienes un hijo.

Lo arropas con unos trapos que llevabas, limpias como puedes a tu esposa y la cubres con tus propios andrajos. Escarbas en el fondo de tu morral y encuentras migajas del último latke.

No se si esto haya sucedido así, pero así me lo imagino y no creo andar muy lejos de la verdad. La fecha exacta se desconoce, pero la tradición y los concilios, después de un par de ajustes al calendario para combatir las fiestas romanas, la han puesto en diciembre de hace unos 2000 años, como por estos días que hoy vivimos.

La historia no cambia, la celebración sí
Desde finales de octubre, terminando la colecta de Halloween, las fiestas de los muertos y demás parafernalia del otoño, comienza el ataque de la mercadotecnia sobre el dinero de los aguinaldos y los bonos de fin de año.


Al principio son discretas campañas de "aproveche, aparte sus juguetes", luego sube de tono la presión y escucha uno los embates de "compre ahora y comience a pagar en febrero" o "¡Todo a 30, 60 y 90 años!. Ya para el viernes negro, o sea el último viernes de noviembre, pasando la ecuménica celebración de acción-de-gracias-y-vamos-a-tragar-como-cerditos, la orquesta comercial toca a todo lo que da.

Hanukkah se funde con las posadas, la Noche Buena dura 48 horas y se consuma el puente Guadalupe-Reyes.

Ofertas, campañas, regalos, rifas, sorteos, promociones, descuentos, crédito, premios, millas, puntos, sorpresas, paquetes, combos, saldos, intercambios, fiestas, comilonas, beberecuas, pulcatas, brindis... lo que sea, ¡compra, comPRA, COMPRA!

No hay salvación, si no compras y regalas, es que no quieres a tu pareja, a tus hijos, a tus padres o a tus parientes, ni que decir de tus colegas y tus jefes, te la juegas si no regalas por lo menos un perfume de modelo anoréxica o una loción de actor puñal.

¿O sí hay salvación?

Yo creo que sí. Por eso existen los Scrooge y los Grinch: para recordarnos que hasta un trapito limpio es un gran regalo cuando tenemos frío. Este año el monstruo verde (el Grinch, no el Hulk) me invadió con su maravilloso espíritu invernal desde octubre. El de Scrooge nunca me ha dejado, pero esa es otra historia y no es noticia.

Este año pocas personas la tendrán fácil, muchos perdieron el empleo, el negocio, la pareja y hasta la casa, querido Mai (con mayúsculas), querida Mai (con mayúsculas) este año enciende una vela por cada posada, regala un trapito limpio y seco; perdona una ofensa, escribe un E-Mail de dos párrafos, llama a alguien por Skype, manda un SMS a un(a) amigo(a) y para el año que entra, recuerda que lo único que importa son tus discípulos, o tus hijos, si no eres Mai.

Y si acostumbras hacer "wish list" o pliego petitorio con emplazamiento a huelga, no olvides pedir una caricia en tus mejillas, un abrazo fuerte, un beso suave, y que la gacetilla semanal no falte.

No importan los reglamentos adversos, ni las exigencias absurdas; ni el frío o el calor. Si no hay espacio, ni dinero; si no te dan crédito ni en tu casa, y si ya empeñaste las joyas de la familia, la compu y hasta los gises, no importa... Donde hay un Mai (con mayúsculas, como tú), y un discípulo... ahí hay una escuela.

Date un gusto, no lo compres.

el mai Sonzo McScrooge Von Grinch.