EMOCIONES



¿En qué se distinguen las emociones, los sentimientos, las actitudes y los estados de ánimo? Es difícil decirlo sin recurrir a tratados de filosofía, psicología y telenovelas; hay quienes usan la duración para caracterizarlas y dicen que un estado de ánimo es de corta duración y una actitud dura más que éste, pero menos que un sentimiento.

Otros prefieren decir que lo complejo se forma de lo elemental y, entonces, sólo las emociones son primarias y todo lo demás es derivado de éstas; y agregan que las emociones son primarias porque son comunes a toda la especie humana, independientemente de su origen o de su edad y porque son transmitidas genéticamente con cambios graduales muy lentos; así, por ejemplo, el gesto universal de la alegría es la sonrisa y las cejas elevadas o el gesto común del asco es la nariz arrugada, etc.

También se dice que otra distinción es la capacidad del ser humano de aprenderlas, adaptarlas a su cultura local, de modificarlas y hasta de ocultarlas cuando sea necesario. En esta versión la expresión de lo aprendido es voluntaria en intensidad y en tiempo. Esta hipótesis deja poco margen para explicar algunas de las más complejas emociones, como el amor (si es que es una emoción y no un sentimiento).

Y el tema sale porque están surgiendo hipótesis en el sentido de que las emociones básicas están cambiando y están surgiendo nuevas emociones propias de la edad moderna.

La emociones básicas generalmente aceptadas por los antropólogos, psicólogos y retratistas de parque son seis:

ALEGRÍA, TRISTEZA, IRA, MIEDO, SORPRESA y ASCO.


Son, literalmente, emociones que saltan a la cara, porque es muy difícil evitar que salgan, aunque es fácil simularlas, los antropólogos sostienen que son parte de las razones de la supervivencia de la especie humana, los sociólogos afirman que son las primeras expresiones de comunicación y los psicólogos explican que son el espejo del verdadero yo.

Y puede que en algún momento de la evolución esto haya sido cierto, pero en la actualidad la alegría desmedida está reservada a los infantes, la tristeza se debe controlar para las ocasiones que lo ameriten, la ira es de mal gusto, el miedo significa debilidad, la sorpresa se asocia con la ingenuidad y el asco ya no sirve para evitar las plagas o las intoxicaciones.


Hay otras emociones, típicas de hoy, que son tanto o más fáciles de identificar que las básicas, como la avaricia, la vergüenza, el aburrimiento, la depresión, los celos o el amor, y otras aun más complejas en la conducta  humana actual.

La avaricia y su variante la codicia, pueden ser vistas como agentes motivantes, porque nos incitan a un estado diferente, y así como el miedo nos pone en movimiento físico, estas emociones nos ponen en movimiento mental, una para llegar a tener, y la otra para llegar a ser. Al culminar su objeto, nos produce satisfacción, igual que el amor al culminar el suyo.

Quien no siente ambición, no progresa, no soluciona sus problemas, no avanza, no evoluciona. Quien no obedece a su avaricia nunca tiene nada, su vida es, materialmente, insegura y vacía; vive en la inopia, al punto que quienes carecen de estas emociones-motivantes a veces son considerados enfermos o al margen de la sociedad.

La inseguridad o su pariente cercano, los celos, son derivados del miedo; miedo a perder algo o alguien que se considera propio. Y la vida actual está llena de esto; la libertad ha abierto el camino para ampliar las opciones de las personas, las familias, las empresas y la sociedad. También aparece la inseguridad cuando nos sentimos culpables (bueno, me han contado, porque yo nunca no he sido culpable de nada).

Cuando nos sabemos abiertos al cambio, también aparece la inseguridad y, como en la etapa cavernaria, sacamos el mazo y comenzamos a repartir toletes a quien se deje, por puro amor al sonido de las fracturas de cráneo ajenas.

La inseguridad de hoy nos corroe la vida diaria, desde no saber por dónde ir a la oficina, adónde estacionar el auto, no saber si al llegar conservaremos el empleo, ignorar el contenido bacteriorlógico de lo que comemos en el almuerzo; hasta dudar si el pleito de anoche no habrá provocado que la pareja haya liado sus bártulos y se haya largado para cuando lleguemos a casa.


Un antídoto contra la inseguridad, y más adelante pongo el otro, es la empatía, eso que se siente cuando se pone uno en el lugar de una persona. Eso que se ve cuando se miran las cosas desde otro ángulo. La empatía, pareciera que es más una conducta aprendida que una emoción espontánea, sin embargo, si observamos que casi todos los cultos y las ideologías profesan que hay que entender y aceptar otros puntos de vista, esto nos indica que el ser humano trata de entender los porqués de la conducta ajena... o, al menos, tiene curiosidad y debería de intentarlo para reducir sus miedos y mitigar su inseguridad.

El problema es que también hemos perdido la capacidad de creer en lo que nos dicen y, a veces, hasta de creer en lo que estamos viendo... con eso de la realidad virtual y los efectos especiales, no los culpo tampoco

Habrá que buscar en otra emoción la manera de mitigar la inseguridad, y esa es... el orgullo, y su pariente: la soberbia. La emoción de doble cara.

Esta emoción ha sido escondida por tanta crítica social y hasta Dante lo ha nombrado el peor de los pecados capitales, yo lo dudo porque las Tablas de Moisés traen dos mandamientos contra la lujuria y ninguno contra la soberbia, pero, en fin, el punto es que está mal vista.

Todos nos sentimos bien y nos hemos premiado cuando hemos hecho algo bien, cuando cumplimos una meta u obtenemos una promoción, al terminar de construir algo, al ganar una carrera, y hasta al terminar un acertijo en el periódico de antier.

La Mai Jessica Tracy de la U of British Columbia, quien es una de las pocas personas personas -psicólogos- dedicados a estudiar el orgullo y la soberbia, hace una distinción entre ambas. Aunque las manifestaciones son iguales: echar la cabeza hacia atrás, inflar el pecho, separar los brazos del cuerpo y tratar de parecer de mayor estatura, el orgullo pone una leve sonrisa en la cara y la soberbia tuerce los labios en actitud de desprecio. De ahí que, quien no sepa leer todo el lenguaje no verbal, puede caer en antipatía ante ambas emociones.

Como la culpa, la vergüenza y la pena, para experimentar el orgullo se requiere estar consciente de sí mismo para hacer una auto-evaluación. El sujeto tiene pensar en quién es, qué quería hacer, cuál es el resultado de lo que acaba de hacer y cómo se refleja esto en sus emociones.

Otro magnífico artículo de la mai Tracy, reporta haber observado esta conducta aun en tribus aisladas, y hasta en personas ciegas en este otro artículo.

Si se acepta que el orgullo es una emoción natural y justificada, la repetición de este acto produce una conducta permanente que llamamos soberbia y la cultura actual la inhibe. Si las partes son buenas, el total también debería ser bueno. Además, si el orgullo es una forma de auto-recompensa que nos motiva a seguir actuando bien en busca del éxito, ¿por qué se enseña modestia y humildad, cuando en la conciencia de todos se produce admiración y deseo de superarse?

En fin, las nuevas emociones no son más que nuevas mezclas de las viejas emociones de los primates. Mai (con mayúscula), padre de familia: no inhibas el verdadero orgullo en tus discípulos cuando hagan las cosas bien, no les restes seguridad en sí mismos, no dejes que el miedo los paralice, enséñales curiosidad, audacia, a estar orgullosos de hacer el bien y a ser buenos en lo que hagan.

el mai