AFORISMOS


Cada día cientos de personas, como tú y como yo, se enfrentan a la audiencia más exigente que jamás haya existido. No hay nada que un grupo de discípulos no pueda exigir de su mai: los hay que esperan que el profe "enseñe bien", otros esperan "pasar", algunos quisieran "aprender" y muchos desean lograr sus metas con el menor esfuerzo posible, hasta sin asistir a clase. No todos son así, claro, también hay discípulos que exigen del mai puntualidad, preparación de clases interesantes y retadoras, motivación, reconocimiento de su esfuerzo y caritas felices en sus tareas.

La enseñanza es una forma de arte que combina la competencia intelectual (no confundir con competitividad) con la pedagógica, la espiritual, la filosófica y la filantrópica. Pocas ocupaciones son más exigentes de sus practicantes que la enseñanza; el mai tiene que dominar la disciplina que enseña con mayor conocimiento que el autor del libro de texto porque las preguntas de los discípulos frecuentemente son más profundas que el contenido del texto.

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o sea, ¿no?
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Además, debe saber hablar coherentemente, sin muletillas ni vicios de dicción (hum, este, ah, eh?, si?, ok?, bueno, tons...) en pocas palabras, debe subyugar a su audiencia con la magia de su pensamiento envuelto en palabras claras e interesantes. Más que saber enseñar, el mai tiene que saber cómo aprenden las mentes jóvenes, porque es con la activación de sus mecanismos mentales que el mai logrará que sus palabras no se pierdan en el aire, sino que sean capturadas y almacenadas en las mentes de quienes las escuchan.

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Alma mater
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Sin embargo, esos mecanismos no se activan solos, requieren de un estímulo externo; una palabra o una imagen que les llame la atención. Tal vez más adelante en la vida del discípulo éste pueda activarlos a voluntad, pero de momento, es el mai quien los prende con su lucidez, o los apaga con su mediocridad. Es el mai quien es responsable de darle espíritu a las palabras de los autores de los textos; él los encarna, los disecta y los hace entendibles, significativos y útiles para la vida futura del discípulo.

Y aquí caemos en la pregunta existencial del discípulo: ¿y para qué tengo que saber eso?. Ahí es donde entra la respuesta filosófica del mai, -"esto sirve para..., aquello es necesario porque..." Sabemos lo que sabemos porque nos es útil en la vida que vivimos; aprendemos nuevos conceptos cuando los consideramos útiles para el futuro. Si fuéramos cazadores neandertales posiblemente sería más útil saber hacer hachas de piedra o martillos de madera. Hoy debemos saber computar porcentajes para poder calcular la propina en el restaurante o el IVA después del descuento en nuestras ventas. Sabemos para el presente y aprendemos para el futuro, para construirlo o para apropiárnoslo.

La parte filantrópica es un poco espinosa de explicar. Es probable que haya profes que den clase porque no hay de otra; cierto. Pero hay muchos más mais que damos clase por vocación, que hemos dado clase gratis y que nos gusta tanto, que podríamos pagar por impartir una buena cátedra (que no tiene nada que ver con eso de comprar las plazas sindicales). Lo que digo es radicalmente diferente a lo que dictan las reglas de la eficiencia económica y la supervivencia en tiempos de cólera política, pero, ¿no acaso la filantropía, como su raíz griega lo indica, es el amor a la especie humana?.

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Toda situación de crisis que se repite, 
se convierte en nuevo estado de equilibrio
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Vivimos en una época llena de retos, amenazas, clavos, piedras y talibanes; hay guerras, guerrillas, hambre y sed; hay problemas financieros, políticos, ambientales, criminales, y existenciales; hay crisis de clima, de árboles, de agua y de petróleo, y tal pareciera que no hay nada que hacer, pero sí lo hay: la solución a todos nuestros retos actuales está en la educación. No hay ninguna profesión más importante que la docencia porque por la voz y el pensamiento de los mais pasan (o deberían de pasar) las mentes de los futuros habitantes del planeta: los líderes, los seguidores y los espectadores; los que piensan, los que hacen, los que ven qué pasa y los que no saben ni qué pasa.

La solución va a tardar en llegar; después de todo, nos tardamos 31 000 años en evolucionar de las hachas del hombre de neandertal, a los dulces importados de China.

Un buen Mai (con mayúsculas) es un mai enamorado de su profesión y apasionado con la humanidad.

El mai.