EL ATAQUE DE LOS VIRUS

En agosto de 1963 Martin Luther King pronunció su famoso discurso  titulado: "Tengo un sueño"; sus palabras inspiraron una nueva época y nuevos ánimos en la lucha por la integración racial. ¿Te lo imaginas diciendo al final de su arenga: "pues, ya les dije, pero no, no creo que ustedes sean capaces de realizarlo"?

De cierta manera eso es lo que pasa en nuestras mentes cuando decimos: "No, yo no sirvo para las matemáticas" o, peor aun, cuando nuestros discípulos dicen: "estudié ................ porque me dijeron que ahí no había matemáticas", o cualquier otra habilidad que consideran fuera de su alcance.

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Es que me da pena
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Esa negativa inicial, a veces inconsciente,  opera como uno de esos virus tan de moda en la actualidad; por ejemplo, alguien nos pide una dirección, como es un poco complicado llegar ahí, tomamos una servilleta, sacamos la pluma y comenzamos dibujar un mapa... y lo dejamos a la mitad diciendo: "mira, mejor por ahí preguntas para llegar"

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¿Qué pasó?
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Que nuestra mente echó a andar el programa de dibujo y al mismo tiempo también arrancó el virus de la inseguridad y, así, ya no se puede dibujar ni cómo darle vuelta a la manzana.



Y ahí no queda; tengo un amigo (llamémosle "el muppet") que hace unos años recibió de su jefe una crítica, aparentemente inocua, sobre la redacción de un panfleto publicitario. Mi amigo se sintió ofendido, pero ante la evidencia de que sus habilidades redactoras eran equivalentes a las de un apache escribiendo en swahili antiguo, decidió tomar un curso intensivo de redacción para no redactores.

Resultó peor, ahora no nada más tenía errores de ortografía y sintaxis, sino que, por parecer elegante y sofisticado, su escrito resultaba absolutamente ininteligible y falso.

El Muppet no se rindió, compró libros de redacción y los puso bajo su almohada; tomó otro curso, ahora sobre redacción avanzada para principiantes, y nada. Cada vez que el Muppet se sentaba a escribir un simple recado telefónico, el virus del yo-no-se-escribir lo bloqueaba hasta que, poco a poco, dejó de escribir hasta su nombre.

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¿Cómo se bloquea un virus?
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-No se puede.

El cerebro contiene cientos de viruses (viri, dirían quienes se las dan de léidos y creen que el plural castellano de campus es "campi" o que se dice "la" currícula en vez de "los" currículos) y resulta una pérdida de tiempo tratar de bloquearlos. Lo único que se puede hacer es escribir un nuevo programa, es decir: es más fácil volver a adquirir una habilidad, que corregir la que está viciada.

En el caso del Muppet la solución fue ponerlo a filmar su mensajes, a grabar el sonido de sus recados y a dictar a la grabadora sus comunicaciones. Asunto arreglado.

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Y, ¿a qué viene esto? 
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Por alguna razón escondida en la evolución de nuestra especie, el ser humano tiende a vivir de acuerdo a las expectativas de sus congéneres, las buenas y las malas; si un niño escucha de sus padres: "¡Hay mi'jito!, saliste igual que tu padre: negado para el dibujo" pues, el huerco ya tiene dónde esconderse para no tener que dibujar.

Por el contrario: si se le demuestra que se espera lo mejor de él, no mediante exigencias o falsas porras de "Tú puedes, ¡échele ganas!" sino reconociendo el resultado, el esfuerzo y las intenciones de su trabajo, él o ella irá repitiendo la conducta que se le refuerce positivamente y evitará la conducta que se le refuerce negativamente.


Y los refuerzos no tienen que ser directos ni obvios; hay críticas escolares que se dicen de manera general, pero que hieren de modo particular a una persona. Si la mai dice: "hay jóvenes a quienes les va a ir muy bien porque visten muy bonito", unos y otros voltearán a ver a su alrededor para imitar a lo que consideren que visten bien (y suponiendo que el o la mai en cuestión viste bien).


Nuestra conducta está llena de virus, buenos y malos, y la especie tiene su dotación de excepciones. Siempre habrá alguien a quien se le diga que tiene una cualidad y trate de esconderla, como también habrá quien tenga un defecto, se le diga, y prefiera cultivarlo y exhibirlo, que corregirlo.

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Pero eso, es otro virus.
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Los discípulos aprenden más de lo que hacemos y cómo lo hacemos, que de lo que decimos. No hay un joven, por recalcitrante que sea, que no aprecie el buen trato, el respeto y unas palabras de aliento de un o una mai sinceros.

El mai, inspirado por una historia reciente de Q y muchos casos de la vida real