LA PLEONEXIA FRUSTRADA


Hace muchos años, cuando el mai era un pequeño saltamontes, su sensei, el sabio filósofo chino de la antigüedad, el gran Ching-Hon contaba una historia que el pequeño saltamontes apenas podía entender.

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El viaje
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Se trataba de un caminante que inició un viaje a un pueblo cercano y entró al bosque buscando una rama caída para usarla como bordón. Por la mañana caminó ágil y rápidamente y todas la ramas caídas le parecieron iguales, y las dejó donde las vió.

Cerca del medio día el calor apretó, y con las manos sudorosas levantó una rama que le pareció muy delgada y débil; la dejó, pensando que más adelante encontraría otra más fuerte y más adecuada.

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Lo que sigue es mejor
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Y así fue encontrando ramas más fuertes, que las fue dejando porque eran muy pesadas, o muy cortas, o muy largas, o muy verdes, o muy espinosas. Llegó la tarde sin que el caminante encontrara la rama ideal para su viaje.

Ya por el atardecer, el caminante se iba fijando con más cuidado en cuanta rama iba encontrando, pero ninguna lo satisfacía, simplemente no podía entender cómo era posible que en todo el bosque no hubiera un pedazo de madera adecuado para sus manos, su estatura y su cansancio.

Había muchas ramas, por supuesto, pero ninguna era la correcta.

Así llegó el ocaso y con él, la jornada tocó a su fin. El viajero llegó al pueblo sin haber encontrado su bordón perfecto, cansado y frustrado. El patrón de la posada donde se acercó a pernoctar le preguntó porqué viajaba sin un bordón para sostenerlo o para defenderlo de las alimañas de dos y cuatro patas, a lo que el viajero contestó que había muchas ramas buenas, pero ninguna era perfecta para usarla como bordón.

El pequeño saltamontes no entendía la parábola hasta que su sensei le aclaró:

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 "Lo perfecto es enemigo de lo bueno".
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Esto viene a colación de las dos gacetillas más recientes: aquella que sostuvo que una manera de alcanzar la felicidad es la moderación de los deseos, y la otra que predicó las virtudes de la autoestima.

En la parábola del viajero pleonéxico, el viaje es la vida y el bordón son los bienes y los recursos con que se cuenta para el viaje, por la mañana, cuando somos jóvenes, nada nos satisface porque pensamos que unos pasos adelante siempre habrá algo mejor. Por eso nos podemos dar el lujo de despreciar lo que aparezca en el camino.

Después de haber visto y probado los bienes y los placeres de la vida temprana, nos llega la madurez y con ella la experiencia: ahora sabemos de manera infalible qué es lo que nos gusta y qué nos satisface, pero seguimos pensando que más adelante todo será mejor.

Al final del viaje necesitamos el bordón pero ya no lo vemos, ya está oscureciendo y no podemos distinguir una vara de una serpiente, y nada nos satisface. Las ramas que hubieran hecho buenos bordones ya no existen, ya vamos por camino empedrado y no hay ramas que levantar. Nos hemos quedado sin bordón que nos apoye al final del camino, sin luz para buscarlo y sin fuerzas para levantarlo.

En busca de la perfección, despreciamos lo bueno. ¡Claro que es posible que siempre haya algo mejor más adelante! pero, ¿quién nos garantiza que lo podremos alcanzar?

Esta pleonexia perfeccionista tiene otra consecuencia adversa: al no quedar satisfecho el sujeto con lo bueno, comienza a desconfiar de sí mismo; duda de sus decisiones y de su juicio; gasta más energías en revisar para mejorar lo que tiene, que en disfrutarlo; disminuye la autoestima porque nos damos cuenta que hemos despreciado lo bueno y no tenemos ni lo mediocre.

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La sabiduría nos llega cuando ya no sirve para nada
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Una famosa carta de Napoleón Bonaparte decía: "... disculpa que te escriba una carta tan larga, pero no tuve tiempo de hacerla más breve..." Esto se aplica a las cartas y a las gacetillas de todo tipo; son mejores cuanto más cortas sean, pero para escribir una carta o una gacetilla corta, hay que pulirla muchas veces y ahí es donde lo perfecto es enemigo de lo bueno, porque en algún momento hay que publicar lo escrito. No hay duda de que podría ser mejor, pero si se quedara uno revisando, puliendo y mejorando, nada sería publicado a tiempo.

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¿Esto es conformismo?
No.
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El equilibrio está en ponerse metas realistas, que satisfagan nuestros propósitos, no los ajenos (hay que tener confianza en sí mismo y no buscar la aprobación ajena)
Hay que hacer el esfuerzo necesario, no el máximo, porque se desperdician recursos; y hay que disfrutar de lo que se logre, lo que satisfaga las metas propias, no lo que alague e infle el ego, sólo para decir: "mírenme, tengo el bordón más bonito del pueblo"

el mai ahora agradece a MLLPT la idea para esta gacetilla.

Y no hay referencias porque hasta la frase de Napoleón la inventé yo. Es que ya no quise perfeccionar esta gacetilla, tú sabes: hay que predicar con el ejemplo.