EL OJO DEL AGUJA


Hace unos días platicaba el mai Son-Zo con su pequeño saltamontes acerca de cuál es la motivación más fuerte del ser humano para hacer un trabajo, desde luego, descartando las motivaciones fundamentales de la especie por la supervivencia. Se trataba simplemente de encontrar el impulso que hace que una persona desempeñe bien su trabajo, sea feliz al final de cada jornada y que su empresa sea exitosa.

Al ver la cantidad de escritos que hay al rededor de estos temas se podría decir que son tres metas diferentes e independientes. Muchísimos autores nos predican sendas fórmulas, simples o complicadas, para que una empresa triunfe por encima de sus competidores, maximice sus ganancias y prevalezca por siempre en su mercado.

No menos autores nos intruyen sobre cómo alcanzar la felicidad, la plenitud y satisfacción de nuestros deseos personales: triunfos, respeto, recursos, belleza, fuerza, talla, peso, felicidad, viajes, dinero... y todo lo demás.

Algunos consejos, muy pocos, nos indican cómo hacer bien nuestro trabajo. Pues bien, el mai se atreve a proponer una motivación, o sea, una fuerza interna que impulsa a la conducta, y que nace de un liderazgo tan audaz como escaso: el liderazgo de la generosidad.

Hace dos reencarnaciones el mai conoció, en un pueblito llamado Gross-Gerau en Alemania, una fábrica de manómetros industriales fundada por Anna y Eugen Schmierer en 1932 y a sus dueños de entonces: Walter y Ralf Schmierer. El mapa para localizarlo está aquí:


La fábrica no es la más grande del mundo, ni siquiera de Alemania; tampoco es la más famosa. No tiene patentes mundiales, aunque sí ostenta un certificado ISO 9001:2008, y su nombre apenas lo podemos pronunciar porque tiene seis consonantes y sólo dos sonidos vocales. Tiene varias sucursales en Europa, Asia y Australia; hasta en Irán y, aunque pudo haber estado en México, esa es otra historia.

Este es su sitio: http://www.schmierer.de/

Por las paredes de la empresa se ven fotografías de su desarrollo a partir de 1932; en una foto se ve a Eugen Schmierer con dos trabajadores junto a un VW que operaba como camión de reparto, transporte de personal y, a veces, como hotel de vendedor ambulante.

Al avanzar por los pasillos se va viendo el crecimiento; un galpón pegado a la cochera, un local rentado en un edificio en Frankfurt y así hasta la fecha más reciente. Llama la atención una foto que data de 1945 donde se ve el bodegón semidestruído, y a un grupo de personas rodeando a Eugen más como una familia en un paseo dominical que como una visión de los vencidos en una guerra.

En la planta entera se puede ver hombres y mujeres maduros, jóvenes, ancianos y hasta uno que otro jovencito con la nariz pegada a una computadora de diseño o de manufactura asistida. Nada de esto es raro, lo que es de llamar la atención es que trabajan como si se estuvieran divirtiendo; todo mundo tiene una sonrisa en la cara: son gente que está feliz trabajando.

Walter ya estaba semi-retirado; sus responsabilidades eran más bien sociales y estratégicas; era su hijo, Ralf, quien llevaba la empresa por los caminos del día con día. Como ya se dijo, ésta no es ni famosa, ni monumentalmente opulenta, simplemente ha logrado hacer feliz a una pequeña parte de la población de un pequeño pueblo en un rincón del mundo.

El mai no se iba a quedar con la curiosidad de saber cómo y porqué la gente estaba tan contenta de trabajar en algo que, aparentemente, no dejaba nada más que para vivir con decoro, y se puso a preguntar.

Todo comienzó durante la Segunda Guerra Mundial: primero las demandas bélicas y luego los bombardeos casi hacieron desaparecer la fábrica. Cualquier empresario en sus cabales hubiera dejado ir a su gente y hubiera cerrado las puertas, al menos temporalmente, pero no los Schmierer, no.

Él, como pudo, vendiendo su alma al diablo y a veces compartiendo con sus dos empleados las papas y las cebollas cultivadas en una pequeña huerta adjunta a su casa, mantuvo abierto el taller y, cuando ya no había ni papas que compartir, su gente siguió trabajando a falta de otra cosa mejor que hacer.

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El trabajo era, y es, su mejor ocupación
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Veinte personas, incluyendo al dueño y a su hijo, han encontrado el secreto de la motivación, de la satisfacción del deber cumplido y, de paso, de la prosperidad.

La verdad es que no es ningún secreto, hay miles de páginas, lemas, gurús y conferencias que lo predican a cuatro tintas y dos gargantas; a muchos ejecutivos, de esos que se ejecutan a la gente, se les llena de glucosa la voz y nos dejan los oídos pegajosos cuando predican que "el capital humano es lo primero, lo más importante, etc", pero pocas, muy pocas empresas han hecho por su gente lo que Eugen hizo por la suya: compartir hasta la última migaja de pan con ellos.

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Una cosa es hablar del capital humano
y otra es respetar al personal
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Y no es que la empresa sea una institución de beneficencia que deba tolerar el desperdicio o la ineptitud; tampoco significa que el capital que el dueño arriesga pase a ser propiedad del trabajador por el simple hecho de que éste se afilió a un sindicato; lo que esta idea quiere decir es que cuando la persona es tratada como persona, y no como pieza desechable, la persona responde con eficiencia, talento y gratitud.

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El huevo de Colón
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La idea es que si una persona desempeña la labor que le gusta y para la que está capacitada, si se le remunera lo mejor posible, si se le trata con respeto, y si se le da libertad con responsabilidad, esa persona será más eficaz y eficiente.

¿A quién no le gustaría hacer lo que más le gusta? ¿Habrá alguien a quien le disguste ganar lo suficiente para llevar una vida decorosa? ¿Te molestaría ser responsable de una tarea, pero tener la libertad de manejar tu horario para cumplirla en el momento requerido?

Sólo hay dos problemas: el aprendizaje es algo que sucede dentro de una persona, y sólo sucede si la persona invierte el esfuerzo y las neuronas suficientes para lograrlo y, segundo, la responsabilidad no es una virtud espontánea: hay que inculcarla con el ejemplo o asumiendo individualmente las consecuencias de no cumplir con la palabra dada.

Este principio está siendo aplicado a cuenta gotas por algunas empresas y a torrentes por unas cuantas, tal vez sólo por dos. Por eso es más fácil que pase una Hummer por el ojo de una aguja...

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La tarea del Mai
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Una parte de la tarea está en nuestras manos; para quien acepte que esta idea es una realidad, y no es una fumanda del mai, aquí está la receta: debemos cuidar que nuestros hijos y discípulos encuentren su vocación correcta, luego debemos impulsar su dominio de los conocimientos implícitos en una profesión; debemos predicar el respeto respetándolos, y tenemos que imbuir en ellos nobleza y generosidad en la administración del personal que algún día les reportará.

Nada fácil, pocos lo creen y casi nadie lo ha logrado, pero así es la tarea del Mai (con mayúsculas).

el mai.