SUN TZU by SON ZO


Sun-Tzu fue un militar que vivió en China alrededor de 500 años antes de nuestra era; sus ensayos sobre estrategia militar fueron recopilados, abreviados y traducidos por J.J.M Amiot un poco antes de la Revolución Francesa.


En esa abreviatura seguramente se perdió parte del contenido original y, así, nos ha llegado un breviario que debe ser leído muy detenidamente para extraer el contenido y la intención original del autor. Se puede decir que Sun-Tzu fue el primer gurú de la estrategia y que Amiot fue su primer plagiario.


La manera de pensar sobre la estrategia hace 2 500 años la conocemos filtrada y ajustada a la manera de pensar pre-revolucionaria de hace de hace 300 y por eso ha sido interpretada de diversas maneras por los neo-gurús de la actualidad.


Los principios de este autor han sido adaptados, fuera de la industria militar, a los deportes, la diplomacia, los negocios, el cine, la política, el clero y, ahora, ¡por fin! a la educación.


Así como en los negocios se adaptó el concepto de ejército, a empresa y armamento se interpretó como recursos, así, tenemos que encontrar otro acomodo a las piezas de nuestra lucha diaria.


Para esta gacetilla tomaremos dos de los principios fundamentales de Sun Tzu:
Todo el arte de la guerra se basa en el engaño.
El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar.
Si se considera que la industria de la educación es una de las pocas industrias (la medicina es la otra) en donde la materia prima, el proceso, el producto terminado y el cliente son una misma persona, o sea:  el discípulo (o el paciente), nos daremos cuenta de que el proceso de enseñanza-aprendizaje no es una guerra en el sentido de lucha entre discípulos y maestros, sino entre el Mai, o sea, tú y yo, junto con los discípulos, contra la ignorancia (así como el paciente y el médico luchan contra la enfermedad).


El paciente y el discípulo acuden a sus respectivos servicios en busca de vida, unos por la biológica y otros por la mental; la diferencia es que, si bien el paciente acude transido de dolor, la ignorancia no duele, ni siquiera presenta síntomas molestos para el sujeto.



¡Qué bonito es descansar después de no hacer nada!
Esa falta de dolor constituye la estrategia de la ignorancia; el discípulo queda engañado pensando que aprender duele porque tiene que hacer un esfuerzo, mientras que, para continuar en la inopia, no tiene que hacer nada y luego descansar de no hacer nada.


De esta manera la cultura, que es el enemigo de la ignorancia, queda fácilmente sometida sin  hacer ningún esfuerzo. Ya en otra gacetilla (Agosto de 2008) había mencionado que el camino hacia la cultura es cuesta arriba, la pregunta es cómo formular una estrategia para someter a la ignorancia sin luchar.


Por "lucha", me refiero a regaños, discursos, berrinches y quejas vanas de "¿por qué los discípulos no entran a mi clase?" Para someter a este enemigo sin luchar, el Mai puede usar la estrategia de hacer su clase más atractiva que el ocio o puede aplicar otras estrategias punitivas, sin embargo, lo que no debe hacer es librar la batalla solo, sin la ayuda del discípulo.



Lavado de cerebro a cubetazos
Dar una clase es como lanzar una cubetada de sabiduría y esperar que mitigue la ignorancia; esto no sólo es un desperdicio de tiempo, sino de sabiduría; el sujeto aprende lo que quiere aprender, y lo capta por curiosidad, porque se entretiene y porque se divierte aprendiendo. 


Ningún discípulo entra a los videojuegos por obligación, entran libremente por el reto, por la diversión y porque ahí están sus amigo(a)s. Otra cosa es que lo que ahí aprendan sea útil para ganarse el futuro, pero por eso el enemigo es formidable: porque mientras más adeptos gana el ocio, más se debilita la cultura y el futuro. Salvo honrosas excepciones, los mejores jugadores de videojuegos, no son los mejores profesionistas.


Para engañar al ocio, hay que convencer al discípulo de que aprender es un juego, ¡y tiene que ser divertido!, no basta decir al principio: "buenos días, hoy vamos a tener una clase fantástica"


Eso sólo funciona si la clase que termina fue buena, si al sonar el final de la hora los jóvenes exclaman: ¡Aaaah!, ¿ya se acabó? y en ese momento el(a) Mai clava el dardo de "Y espérense... la siguiente clase va a ser mejor"


Si, claro, ajá; ¿y cómo se hace eso?
No hay "500 consejos infalibles para dar una clase interesante"; lo que hay es trabajo duro, desveladas y... más trabajo duro. Una clase interesante se prepara, no se puede improvisar. 


Habría que preguntarle a los discípulos, como si fuera una investigación de mercado: ¿qué hace interesante una clase? y si los vuestros son como mis discípulos, lo último que quieren es oir al mai durante dos horas, no importa lo que diga ni cuantas láminas en Power Point exhiba, cuando el trasero se aplana, la neurona se desconecta.


El aprendizaje es un fenómeno que se da dentro del sujeto y, para que se pegue en el teflón mental, debe interiorirzarse, aparte de voluntariamente, por dos vías diferentes, de preferencia tres: visual, auditivo y manual.



De ahí que, hay que aprender haciendo; hay que practicar, practicar y practicar; ir aumentando el grado de dificultad, como si fueran niveles del plomero de Mario Bros. Todos los juegos tienen niveles ¿no?


Pues eso nos lleva al asunto de la evaluación y más concretamente, a la autoevaluación. Esto es la parte del proceso del aprendizaje que le resulta odioso al estudiante, pero no por no disfrutar de su propio avance, sino porque depende del juicio subjetivo de otra persona que no siempre lo hace bien.


El discípulo quiere saber cómo va, pero con medidas válidas y confiables. El aprovechamiento no se debe calificar en la nota de conducta, ni la conducta de debe calificar en  la nota del aprovechamiento. "Hacer un esfuerzo" no es aprender, como "ser muy inquieto" tampoco es ser ignorante; "si sigues así, te voy a reprobar" es posiblemente el peor reto-incentivo que se le puede hacer a un joven, porque, lo más probable, es que siga como va y hasta empeore.


Lo que hay que hacer es mantener ocupados a los inquietos con ejercicios especiales para ellos, que representen un reto personalizado y que los distingan de los demás como los más avanzados, tal como lo hacen los sensei en los dojos de judo, karate y tae-kwon-do con las cintas de colores que indican avance.


Astucia
Con los inquietos ocupados, el mai puede ahora dedicar más atención a los demás, quienes ahora quieren ser distinguidos con la cinta negra de su materia. Con esto, la ignorancia ha sido superada con astucia.


Y lo más importante: hay que hacer que el contenido de la materia se pueda palpar, que el alumno lo ejercite, lo desarme y lo vuelva a armar; que haya referentes con la realidad y que haya descubrimiento; en suma: debe ser algo interesante, vívido, y actual. Que aprenda a aprender; todo lo demás está en la Wikipedia.


Ya habrá otras oportunidades de tomar las enseñanzas de Sun Tzu y aplicarlas a la educación; por lo pronto, tenemos cinta blanca.


el mai