¿DE DÓNDE SALEN LOS ATEOS?

Para alimentar el ego de los ateos, descreídos, agnósticos, libre-pensadores y apóstatas: los brillantes jóvenes que estudian en Oxford, Inglaterra, son el grupo de personas más descreídas que han sido estudiadas en ese País. En una encuesta hecha en 2007 entre 728 estudiantes, el 49% declaró no creer en ningún ser supremo, y el 50 % restante dijo no pertenecer a ningún credo.

Lo curioso es que sólo el 5 % de los británicos en total se declararon ateos o agnósticos en varias encuestas más recientes, pero la mitad de la muestra entre los Oxfordianos  se identificó en este segmento.

Tal vez no sea tan sorprendente, después de todo, que la gente educada, no la que dice con elegancia: "por favor" o "gracias", sino la que ha estudiado algo, especialmente ciencias políticas, adopte naturalmente posturas creyentes o confesionales, que el profesor Richard Dawkins llama: "auto-complacientes, negadoras del pensamiento y limosneras". Se dice que "donde reina la razón, -ios se retira".

Parece haber otra correlación entre la edad del sujeto y sus creencias en un ser superior: en la infancia se cree más porque los adultos lo promueven en el seno familiar; al emigrar, el joven rompe con las ataduras y se desboca en el racionalismo; al entrar la madurez y la senectud, e ir escuchando los goznes de las puertas del cielo o del infierno, según sea el caso, el adulto mayor decide retomar el culto y portarse "bien" para borrar el escore de lo hecho en las décadas anteriores. Es una especie de seguro de vida-en-el-más-allá.

Tratándose de estadísticas, las cosas nunca son tan sencillas. Por ejemplo, en la muestra señalada, los estudiantes de posgrado, resultaron ser notablemente más religiosos que los de grados inferiores en ambas categorías, la de creencia en algún ser superior, y la de profesión de alguna fe. Esto se explica porque la población que estudia posgrado contiene una enorme fracción de extranjeros y la mezcla no es comparable con la población general.

De acuerdo a la investigación hecha por World Values Survey (WVS), hay una clara correlación entre la educación y la pérdida de la fe, que se explica, en parte porque el individuo mejor educado siente que su bienestar no depende tanto de un ser supremo y arbitrario, como de sus propias acciones y sus consecuencias naturales.

Otro dato curioso es que a mayor grado educativo alcanzado, aumenta la creencia en fenómenos irracionales, en el sentido de que no han sido comprobados; en la encuesta de WVS aplicada a la muestra de egresados universitarios, el 52 % dijo creer en la telepatía, mientras que sólo el 17 % de la población no universitaria dijo creer en eso.

Esto se explica si se considera que, mientras más educada es una persona, más esotéricos tienen que ser los fenómenos que la sorprendan y que no pueda explicar racionalmente; simétricamente, una persona poco educada rechaza una idea que no entiende y la descalifica como  imposible.

Sin embargo, investigaciones más recientes (British Social Attitudes, BSA) hechas por David Voas en 2008, revelan que la correlación entre educación y pérdida de la fe, no sólo ha disminuido, sino que se ha revertido hasta llegar que un 40 % de personas graduadas se declaran como personas religiosas.

Es obvio que las tendencias religiosas han cambiado, como también lo es que, quien crea en un ser superior, no va a aceptar que su creencia sea una moda; lo que pasa es que, por mucho que se hayan estudiado las religiones, poco se ha estudiado el ateísmo.

Muchos filósofos fundadores de las ciencias sociales del siglo XIX, incluyendo a Sigmund Freud, Karl Marx, Emile Durkheim, Auguste Compte y Max Weber, eran descreídos (Weber decía que era religiosamente sordo).

Para ellos, las religiones eran un gran reto; ¿cómo podía la gente creer en algo tan absurdo? De lo que no se daban cuenta es de que su propia incredulidad provoca la misma pregunta: ¿cómo se puede NO creer?

Irónicamente, los sociólogos, psicólogos, economistas, y en particular los antropólogos cognitivos, se han vuelto tan eficaces explicando porqué los seres humanos son tan proclives a creer en un ser superior, que se han olvidado de investigar por qué hay tanta gente que NO profesa una religión, como lo declara el 43 % de los Británicos, de acuerdo al estudio de 2008 de la BSA.

Además, los científicos sociales generalmente son los más ateos de todos los académicos, pero hay muy pocos estudios que traten de explicar el porqué del liberalismo político de los profesores; el estudio de Fosse de Harvard y Gross de la U of British Columbia indica que dicho grupo de la población es más liberal porque está más educado, es más sensible y conoce más de los problemas sociales del País; está peor pagado, pertenece a los sindicatos más poderosos en cualquier país y su trabajo ya no es valorado y respetado como antes.

Lo que no se explica es por qué los profesores, en general, presentan mayor tolerancia a las ideas controvertidas, porqué se resisten a las figuras de autoridad o porqué prefieren embarcarse en luchas ideales o en el adoctrinamiento de los discípulos, que en la lucha cotidiana de su materia en el salón de clase.

Psicológicamente, necesitamos saber cómo funciona el yo cuando no tiene de dónde colgarse y cómo se alteran nuestras reacciones originales en ausencia de un ser superior. Antropológicamente, necesitamos entender cómo la gente sin religión le da sentido a la vida, cómo le encuentra significado a un acto y cómo encajan los sistemas filosóficos ateos en una cultura para darle forma. Sociológicamente, necesitamos saber cómo estos sistemas opuestos nos unen o nos dividen, y si los sistemas laicos pueden contener elementos sociales usualmente reservados a la misma religión, como la caridad, el amparo al desvalido o el consuelo al derrotado.

Como en todo primer mundo que se respete, existe un instituto dedicado a la investigación sobre estos temas; se llama Non-Religion an Secularity Research Network, que tiene un bonito edificio, jardines y clima de isla británica.

En su segunda reunión, la primera fue en El Vaticano; ¿puedes creerlo?, acordaron que la terminología atea no era suficientemente clara y, como buenos Mais, se preguntaron: ¿qué entiendes por "entientes"?

Acordaron, para empezar, que no son sinónimos: ateo, no-creyente, no-religioso, no-confesional, laico, agnóstico, incrédulo, retobado, rejego ni seglar.

Otra de las conclusiones de la conferencia de Wolfson fue que la educación no sólo empuja al estudioso en un sentido u otro del ateísmo, sino que fortalece las convicciones de ambos lados y facilita la comunicación de las creencias individuales.

Campbell de la U de York, que venía predicando como el mai en el desierto, alzó la voz en la conferencia y dijo que la gente instruida generalmente es la primera que produce ideas nuevas y que, si esas ideas se popularizan, se distribuyen por toda la sociedad (¡bófonos!); en el caso de las religiones, el cisma capta seguidores de la corriente principal y cuando se nivelan las aguas del progreso, todo queda estable mientras no surja una nueva idea y se vuelvan a agitar las aguas, hasta con guerras a veces.

En este sistema todos ganan mientras la educación permita a cada quien conocer, entender y decidir qué quiere creer, y todos pierden cuando se oficializa una creencia o una no-creencia. La misión del Mai, con mayúsculas, es ilustrar al discípulo para que él decida, no es decidir por él y luego rellenarlo con sus ideas como salami.

el mai